La casualidad juega un papel crucial en cada historia. Cada proceso evolutivo se caracteriza por una poderosa aleatoriedad. El choque de un rayo cósmico con un gene diferente, la producción de una mutación distinta…nanosegundos de consecuencias profundas, quizá no evidentes al principio, pero cruciales al cabo de unas eras. Cuanto más tempranamente ocurren los acontecimientos críticos, más poderosa será su influencia sobre el presente. Y este axioma se admite para la historia, para la biología, para la astronomía…Para nuestra propia vida.
Nacemos determinados por una serie de condicionantes, materiales y emocionales. Podríamos haber nacido en otra casa, en otro país. Podríamos haber sido más o menos ricos, más o menos queridos. El sitio a donde fuimos a parar, las personas que nos criaron, las enseñanzas que nos transmitieron, la percepción de nuestra persona que nos hicieron admitir, el afecto que nos profesaron…Eso marca.
Pero tiendo a creer, quiero creer, que aunque nacemos con unas cartas dadas está en nuestra mano cómo jugarlas.
Una radiación, bautizada por científicos como el Fondo Cósmico de Microondas, constituye el origen de la vida y lleva en sí la huella de la materia oscura y la materia brillante. Inunda el universo, lo impregna todo, pero no está asociada a ningún objeto en particular. A fin de cuentas todos somos una parte de un todo mucho más grande que nos integra, todos llevamos dentro el caos y el orden, la creación y la destrucción. Todos somos al mismo tiempo víctimas y responsables de nuestra propia vida. Para lo bueno y para lo malo, todas las sendas de lo posible están abiertas a los pasos de lo real. Pero no todos somos tan sabios como para comprenderlo ni tan audaces como para trazarnos un itinerario.
Beatriz y los Cuerpos Celestes de Lucía Etxebarria.
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