lunes, 27 de octubre de 2008

Náufragos urbanos


Joe Bell dejó desdeñosamente los nuevos martinis delante de nosotros.

-No se enamore nunca de ninguna criatura salvaje, Mr. Bell-le aconsejó Holly-. Esa fue la equivocación de Doc. Siempre se llevaba a casa seres salvajes. Halcones con el ala rota. Otra vez trajo un lince rojo con una pata fracturada. Pero no hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes como para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo. Así terminará usted, Mr. Bell, si se entrega a alguna criatura salvaje. Terminará con la mirada fija en el cielo.

-Está borracha-me informó Joe Bell.

-Un poco-confesó Holly-.Pero Doc me entiende. Se lo he explicado con todo detalle, y eran cosas que podía entender. Nos hemos dado la mano, nos hemos abrazado, y me ha deseado buena suerte.-Echó una mirada al reloj-.A esta hora ya debe de estar en los Montes Azules.

-¿De qué habla?-me preguntó Joe Bell.

Holly alzó su martini:

-Deseémosle suerte a Doc-dijo, haciendo chocar su copa contra la mía-.Buena suerte, y créeme, queridísimo Doc, es mejor quedarse mirando al cielo que vivir allí arriba. Es un sitio tremendamente vacío. No es más que el país por donde corre el trueno y todo desaparece.

Desayuno en Tiffany´s de Truman Capote.

No hay comentarios: